En estos días hemos estado hablando en clase sobre algunos tópicos quijotescos, esas frases, ideas, imágenes… asociadas, con mayor o menor justicia, a la gran obra cervantina. Esta mañana, realizando una búsqueda en Google, he tropezado con un comentario que escribí hace unos años acerca de «Con la iglesia hemos dado, Sancho». He pensado que podría ser de interés, por lo que lo traslado aquí.
Pese a que habitualmente la cita se transcribe como «Con la iglesia hemos topado, Sancho», el texto de Cervantes dice “hemos dado” y no “hemos topado” tal como puede leerse en el capítulo IX de la Segunda Parte: «Con la iglesia hemos dado, Sancho». Además de esa corrección sobre esa cita, se indica, habitualmente, que el sentido atribuido a este tópico (‘el intervencionismo de la iglesia visto como un infranqueable obstáculo’) no se corresponde con el sentido del texto cervantino. A saber, sería, por tanto, otro caso de esos tópicos- en este caso, erróneo- vinculados a la novela cervantina. Sin embargo, pese a las notas de los filólogos y especialistas cervantinos (vid. nota 11 edición CVC; nota 5, pág. 600 de la ed. Florencio Sevilla y Antonio Rey; nota 11, pág. 696, ed. Francisco Rico y Joaquín Forradellas; o incluso la propia Wikipedia), lo que a mí no me parece tan claro es si debe leerse el pasaje citado de Don Quijote en sentido literal, esto es, “hemos hallado la iglesia” del pueblo.
Si se relee el capítulo, se comprobará que Cervantes prepara muy bien la escena. Don Quijote y Sancho entran de noche en El Toboso con el propósito del primero de visitar a su dama (¿irreal e inexistente?). Para ello, puesto que en la Primera Parte, capítulos 30 y 31 (vid. un antiguo artículo mío publicado en Neophilologus), Don Quijote había remitido una carta a Dulcinea por medio de Sancho, pide a este que le sirva de guía. Sin embargo, Sancho no puede realizar tal función porque la embajada a Dulcinea de la Primera Parte fue fingida, no se produjo.
Y en este capítulo se reitera un procedimiento habitual en la Primera Parte: dificultad en la percepción sensorial, que produce una confusión de los sentidos, resuelta por medio de una interpretación libresca de lo real por D. Quijote (visión de gigantes, ejércitos, o en este caso, palacio): “o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea”.
Ante la misma situación- lejanía, polvo o la noche, como en este caso- la respuesta de Sancho es “wait and see”, esto es, a partir de la percepción de los sentidos, aunque sea difícil, debe construirse una interpretación “coherente” de lo real. Así sucede en esta escena:
“yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de día”. En la respuesta de Sancho son evidentes los ecos bíblicos y el episodio del apóstol Tomás.
Cervantes, además, irónicamente indica que la noche era “entreclara”, pese a que Don Quijote hubiera preferido, para ocultarse (¿y confundirse?), una noche oscura.
No obstante, en este pasaje- pese a que no intervienen (lo harán más tarde) los mágicos encantadores que provocan – y justifican- el yerro en sus interpretaciones a Don Quijote- es nuestro héroe burlesco, por sí solo, el que rectifica su primera interpretación:
«Con la iglesia hemos dado, Sancho».
Por tanto, el alcázar o palacio, la primera visión, se ha transmutado en iglesia.
Tras esta digresión, vuelvo al primer punto. Más allá de lecturas anticlericales o incluso esotéricas que se han apoyado en esta cita, creo posible defender, desde una lectura interna, una interpretación diferente, pues ¿no es posible entender en esta escena que esa iglesia a la que se refiere Don Quijote es no un edificio, sino la propia institución? ¿No es esta institución un obstáculo (y no el anhelado alcázar o palacio de Dulcinea) contra el que se da de bruces Don Quijote y le impide hallar su más anhelado bien, Dulcinea?
La lectura que haces creo que es perfectamente aceptable y defendible. Es más, recuerdo a un profesor allá por 2º de bachillerato (BUP) que interpretaba, y así lo estudiábamos, que los molinos de viento contra los que Don Quijote luchaba no eran molinos físicos, sino las propias Instituciones del siglo XVII.