Diarios de aprendizaje

Fuente de la imagen de  Clarissa Rogers: http://www.flickr.com/photos/40215657@N03/13706574073

Fuente de la imagen de Clarissa Rogers: http://www.flickr.com/photos/40215657@N03/13706574073

Cuando en el aula los alumnos realizan un proyecto, esto es, una creación colaborativa que les ocupa tiempo y les supone esfuerzo, es de justicia valorar no solo el resultado final o producto, sino también el proceso. Para medir ese proceso y para ayudarles a planificarse – la organización de los tiempos, el reparto de tareas en el equipo y el acceso a los recursos exige, sin duda, práctica-, habitualmente en el diseño del proyecto les marco fases. En esas fases, con un límite temporal para la entrega, realizan las tareas posibilitadoras o preparatorias para el producto final. Y, evidentemente, esas tareas preparatorias forman parte de la evaluación y calificación final del proyecto.

Además, esas fases permiten realizar la denominada evaluación formativa, puesto que facilitan reorientar, reconducir… el proyecto, de tal manera que también, desde el punto de vista del profesor, atemperan la incertidumbre que se siente como docente respecto del resultado final, esa incerteza, la imposibilidad de que todo esté previsto, «un viaje en el que no sabes lo que te vas a encontrar» del método por proyectos, a la que se refería Francisco Hernández en el minuto 4: 57 del siguiente vídeo:

Así, por ejemplo, en Callejero latino de Córdoba hay varias fases, con sus correspondientes plazos de publicación en el wiki del aula: una fase documental; una visita previa, con registro gráfico, de la calle y un borrador de guion informal, como este- un fragmento- de Tatiana:

(Grabamos primero paseando y mostrando el puente y en el fondo se escucha música). Hoy os hablo de la calle del Puente Romano de Córdoba, llamada así porque en ella está situado el puente romano principal de Córdoba. (Este trozo lo grabamos junto a san Rafael para después mostrarlo más adelante: ya no hay fondo con música). Se encuentra junto a la Mezquita y la Judería: constituye uno de los conjuntos históricos más importantes de Andalucía. Se construyó sobre el río Guadalquivir, en el siglo I d.C. durante la época del dominio romano en Córdoba. Fue uno de los más importantes medios de entrada a la ciudad desde la zona sur de la Península Ibérica (A partir de aquí cortamos la grabación en la que salgo hablando y ponemos una imagen mientras hablamos lo que viene escrito a continuación) por ser el único punto para cruzar el río sin utilizar ningún tipo de embarcación. Probablemente, la Vía Augusta que iba desde Roma hasta Cádiz pasaba por él.

Sin embargo, estaba disconforme con la evaluación- entendida como valoración- de lo que sucedía en la realización del proyecto fuera del aula (reuniones del equipo en casa de los compañeros, visitas a los lugares que debían estudiar o fotografiar, o grabar en vídeo…), porque, evidentemente, no era visible para mí, no podía realizar una observación directa.

Como creo que nos sucede a la mayoría de los profesores a pie de aula, los propios alumnos, de manera involuntaria, me facilitaron un procedimiento. Tal como nos indicaba en este mismo blog José Luis Antiñolo, «los cambios deben producirse [se producen, agrego yo] de abajo a arriba».

Pues bien, sucedía que de modo espontáneo, en el aula, los alumnos me relataban las peripecias que habían sufrido el día anterior, fuera del aula, en una determinada fase del proyecto: los ensayos, la búsqueda de vestuario, las interrupciones por los viandantes de la calle analizada, recitaciones, dificultades con la música libre de derechos de autor seleccionada como acompañamiento, conflictos en el montaje del vídeo… Así comienza la presentación del diario de aprendizaje:

Como es ya habitual, de la propia interacción con vosotros en clase ha surgido una nueva propuesta de tarea de escritura. El lunes, si recordáis, Lidia se quejaba (más bien, bufaba,:) ) sobre la música libre de derechos de autor, entre la que no encontraba ninguna apropiada para su recitación y, además, nos decía que la que había encontrado era de pago, a un precio muy elevado. Sin embargo, hoy, más serena y ya contenta, confesaba que la había encontrado, aunque eso les había costado más de 40 minutos, tal como declaraba, también quejosa, su compañera Silvia. De otro lado, Irene trataba de explicarme algo sobre su proceso de búsqueda de imágenes, pero… es mejor interrumpirla, ¿verdad?

En realidad, los alumnos estaban presentando, de manera oral y desorganizada, lo que se denomina el diario de aprendizaje, a saber, les escribía yo:

Un registro por escrito del proceso de aprender, un proceso que, aunque mediado por otros, en realidad, es personal, individual. A mí lo que me interesa del diario de aprendizaje es que os va permitir reflexionar sobre cómo aprendéis y que va a poner de manifiesto cuáles son vuestras estrategias, vuestros intereses, vuestras habilidades y carencias… de qué manera os comprometéis con ese proceso que, como eso digo, es vuestro, personal.

La estructura de este diario, tal como les sugería, era libre: reflexión sobre las fases del proyecto, dificultades, aciertos, prácticas y recursos desechados y razones…

Las ventajas del diario como instrumento de evaluación eran varias:

  • Es un poderoso instrumento para la autoevaluación, como la de Lidia de la que aparece más abajo un fragmento, y también la coevaluación, cuando emiten juicios sobre la colaboración con los compañeros:

Al principio, me equivocaba y me entraba la risa, luego pensé que debería ponerme en serio, ya que no nos daría tiempo a hacerlo como nosotras teníamos planeado. Cuando estaba grabado y decidimos escucharlo, vemos que no se oía y tuvimos que desechar ese audio que tan difícil se nos hizo grabar.

  • Facilita el compromiso personal con su propio aprendizaje, herramienta eficaz contra el aburrimiento, del que hemos hablado recientemente, esto es, lo que se hace en el aula y fuera de ella también forma parte de sus vidas, tal como nos dice Iván:

Hemos aprendido a que el tiempo se nos echa encima porque tuvimos que grabarlo en tres días cuando podías haberlo grabado 3 semanas antes, así que la próxima vez no fallaremos.

  • Además, el diario de aprendizaje es una tarea de escritura funcional: no basta con indicar al alumno sobre qué y cómo escribir- la tarea de escritura ha de ser estructurada y modelada-, sino también para qué. En el caso del diario de aprendizaje, se le solicita un relato valorativo de su propia experiencia… de aprendizaje.

En fin, tengo claro, tal como me demostraron mis propios alumnos, que en todos los proyectos de cierta complejidad este diario resulta muy eficaz para los propios alumnos y, por supuesto, para nosotros.


Este artículo se ha publicado con el mismo título en el blog EvaluAcción de la Agaeve.

Aburrimiento y evaluación de la práctica docente

Fuente de la imagen: Richard Phillip Rücker (https://flic.kr/p/whGAB)

Fuente de la imagen: Richard Phillip Rücker (https://flic.kr/p/whGAB)

El compañero Juan Carlos Andrades Calvo escribía aquí hace unos días sobre la cooperación del profesorado en la evaluación del proceso de enseñanza y ofrecía algunas estrategias y herramientas útiles para esa necesario colaboración entre docentes.  Además, entiendo que un espacio, en mi opinión, mal aprovechado para la evaluación de la práctica docente son las reuniones semanales de cada departamento didáctico.

No obstante, en esta oportunidad voy a referirme a otros evaluadores de nuestra práctica docente.  Parece que los docentes olvidamos que, a diario, de forma permanente, estamos sometidos a unos particulares observadores que no pierden detalle (aunque, a veces, solo se centran en los detalles) sobre lo que decimos y hacemos, e incluso cómo vestimos. Obviamente, esos observadores son nuestro alumnado.  La frecuencia y la atención con que nos evalúan y examinan los convierte en conspicuos evaluadores de nuestra práctica docente. Y no me refiero solo a sus resultados académicos, que – resulta evidente – deberían motivar nuestra reflexión y cambio sino también a sus actitudes, comentarios más o menos formales, encuestas… En lo que sigue, voy a referirme a mi propia  experiencia.

El curso pasado tuve como discentes a dos grupos de 3º de ESO. Pese a que uso en clase metodologías participativas, dinámicas, centradas en el alumno (vid. wiki de aula de estos grupos http://3esocap.wikispaces.com/), no es menos cierto que en algunas clases, al principio del curso, observaba en sus rostros desinterés, desmotivación o, en fin, su palabra favorita “aburrimiento”.  En consecuencia, entendí que era necesario hablar en clase y también escribir sobre ello:

Muchos decís en clase cuando os llamo la atención que estáis aburridos. Entiendo que sois jóvenes, que estáis madurando y que forma parte de vuestra educación emocional la tolerancia a la frustración y al aburrimiento, por lo que vuestro grado de tolerancia al aburrimiento es, con frecuencia, mínimo. No obstante, como ya me conocéis, a mí me disgusta producir aburrimiento que se transforma pronto, en muchos, en hastío.


Por ello, he decido componer un cuento, un cuento moral, o con moraleja, como preferís vosotros, sobre el aburrimiento de los alumnos, desde la perspectiva del profesor. Es el que aparece más abajo. Lo que os pido, lógicamente, es que escribáis un cuento similar desde la posición de alumnos. Por tanto, se trata de que reflexionéis sobre qué expectativas tenéis en las clases antes de comenzar, cuál es vuestro ánimo (antes, durante y después de una clase), por qué os aburrís, qué os disgusta… Y tras esa reflexión compongáis un cuento moral, que será la tarea de escritura que tenéis que publicar en vuestra página personal del wiki con el título: Relato del alumno aburrido.

 

En la respuesta por escrito me dijeron lo siguiente:

Silvia, en su segundo párrafo:

No creo que asistir a clase sea aburrido. Todo lo que nos es impuesto no deja de ser incómodo y desagradable y esto unido a nuestro inconformismo y, en algunos casos, rebeldía pueda llegar a confundirse con aburrimiento. Pasan los años, evolucionamos a un ritmo vertiginoso y los acontecimientos se suceden unos tras otro casi sin darnos cuenta, y aunque la relación profesor-alumno parece haber cambiado algo, el cometido de ambos sigue siendo el mismo. Y me pregunto si mi profesor cuando era estudiante no pasó por nuestra misma situación y si se ve reflejado en nosotros. En cualquier caso, está claro que si existiera ese punto de conexión entre ambos, las clases serían más amenas e incluso divertidas, nunca aburridas.

 

O en los dos últimos párrafos, Carmen escribía lo siguiente:

 

En algunas ocasiones giraba la cabeza para mirar por la ventana y, ciertamente, me gustaría estar ahí fuera, en la calle, en lugar de aquí, haciendo cosas que a veces ni comprendo pero que, tarde o temprano, tengo que acabar aprendiendo. Es raro, todo me aburre. Con todo me refiero a todo lo que a mí no me gustaría estar haciendo en ese momento. Miro a un lado y a otro pensando si a algunos de mis compañeros les interesa verdaderamente alguna de las explicaciones, intentando buscar o encontrar alguna reacción de alguien que le ponga un poco de alegría a la clase, intentando distraerme por solo un momento para que el tiempo se pase más rápido.

Miro al profesor continuamente, pero la mayoría de las veces no comprendo ni una sola palabra de las que dice ya que solo lo estoy mirando, porque la mente la tengo en otro sitio. Definitivamente, descarto toda posibilidad de enterarme de algo de lo que ha explicado hoy. Me decía a mí misma, solo pensaba en mí y en que realmente puede que sí seamos diferentes dentro y fuera de clase. Puede que cambiemos de actitud solo por unas horas. Quizás solo somos nosotros mismos una vez que salimos de esas cuatro paredes que parecen hacerse cada vez más estrechas y que hacen que las horas se pasen como siglos.

 

Quizás algún compañero, como consuelo, justifique perversamente esa actitud de desinterés, más o menos general, en la trayectoria académica: “el alumnado con dificultades de aprendizaje se distrae porque no entiende”. Creo que se equivoca: en primer lugar, obviamente, porque los alumnos con dificultades de aprendizaje exigen tanta o más atención que los de brillante trayectoria académica pero, además, ese compañero nuestro parece que no ha entendido que lo que sucede es que nuestro alumnado, por el medio tecnológico en el que habita, está desarrollando nuevos modos de acceder a la información.

Evidentemente, de esas observaciones de nuestros alumnos podemos “aprovecharnos” para cambiar y mejorar, sistematizándolas mediante una encuesta. Inserto aquí la que realicé a esos alumnos de 3º de ESO de los que he hablado:

Para finalizar, reitero lo dicho. Los principales y más relevantes evaluadores de nuestra práctica docente para un docente a pie de aula son nuestro alumnado. Por tanto, debemos (y ellos lo están demandando y casi exigiendo) prestarles atención, escuchar sus valoraciones, sugerencias y propuestas en beneficio suyo y también en beneficio de nuestra salud emocional y mental.


Aburrimiento y evaluación de la práctica docente fue publicado en Evaluacción, el blog de la AGAEVE.