Como decía en la entrada anterior, este curso regreso a 4º de ESO. Los alumnos de este nivel tienen como lectura obligatoria en el primer trimestre varias Leyendas de Bécquer. Pese a la dificultad de vocabulario que presentan, lo cierto es que, por su extensión y relativa complejidad narrativa (juega con diferentes voces narrativas Bécquer en sus relatos y con la división en secuencias que suelen marcar saltos temporales, espaciales y/o de voces narrativas), me siguen pareciendo, por supuesto, una buena lectura de introducción al Romanticismo:
a) La búsqueda frustrada y descorazonadora, bien del amor imposible (El rayo de Luna) o bien de la perfección en la obra artística (El miserere) o de ambas (Manrique, amante-poeta, en El rayo de Luna), que conduce a la muerte o la locura o a ambas (Manrique, el romero de El Miserere, Alonso en El Monte de las ánimas, Maese Pérez);
b) los paisajes naturales turbulentos y misteriosos (noche, claustros en ruinas, cadáveres que cobran vida..), compañeros del tormento del alma de los protagonistas.
c) la transformación (y recuperación) de narraciones y paisajes nacionales;
d) los personajes femeninos fascinantes, pero también perversos (Beatriz en El monte de las ánimas);
e) el desafío a las tradiciones y normas (Fernando de Argensola en Los ojos verdes);
f) etc.
Pero también una excelente herramienta para el desarrollo de su comprensión lectora en un nivel inferencial y apreciativo. Mis alumnos se quejan de que en cursos pasados se limitaban en las clases de lectura a realizar lecturas literales primarias, por lo que penetrar en esos otros niveles de comprensión lectora les resulta difícil. En consecuencia, cada jueves la clase se convierte en un diálogo (aunque me temo que,hasta ahora, dirigido en exceso por mí), respecto a los personajes, motivaciones, temas, ideas románticas… del relato de la semana con el fin de que realicen inferencias para llegar a conclusiones más o menos fundadas que sustenten una interpretación de la leyenda becqueriana.
Y en este esfuerzo todos, sin duda, aprendemos. En realidad, el motivo de esta nota es una inferencia sobre la que me gustaría que mis compañeros literatos – yo soy más bien lingüista- reflexionaran 1. Para preparar la clase sobre El miserere se me ocurrió acompañar al texto en la clase de dos documentos externos:
a) El texto traducido del Salmo LI bíblico, cuyo sentido coincide con la búsqueda del personaje principal: una obra artística (un precioso canto), hermosa y digna del perdón divino, de tal manera que le permita (al rey David o al romero de Bécquer) expiar su culpa o crimen.
b) La interpretación musical- escucharon unos 5 minutos- de El miserere de G. Allegri por The Sixteen, una hermosísima composición, merecedora de los afanes del romero (o peregrino) del relato de Bécquer.
Y este segundo documento nos permitió penetrar en algunos detalles del relato. Me parece plausible que Bécquer, aficionado a la música, tuviera noticia de la peripecia de esta pieza de Allegri: una pieza oculta durante más de un siglo por los celosos papas de Roma que impedían su difusión y publicación bajo pena de excomunión, pero que un portentoso niño de 12 años, llamado Mozart, fue capaz de copiar y transcribir en partitura escuchándola una sola vez2. Y este detalle está directamente relacionado con el tormento del romero, incapaz de reproducir en el papel esa música celestial interpretada por cadáveres que habían vuelto a la vida, incapacitado para emular la hazaña de Mozart :
-Lo voy a escribir. Dadme un asilo en vuestra casa -prosiguió dirigiéndose al abad-; un asilo y pan por algunos meses, y voy a dejaros una obra inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas a los ojos de Dios, eternice mi memoria y eternice con ella la de esta abadía.
Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al abad que accediese a su demanda; el abad, por compasión, aun creyéndole un loco, accedió al fin a ella, y el músico, instalado ya en el monasterio, comenzó su obra.
Noche y día trabajaba con un afán incesante. En mitad de su tarea se paraba, y parecía como escuchar algo que sonaba en su imaginación, y se dilataban sus pupilas, saltaba en el asiento, y exclamaba: -¡Eso es; así, así, no hay duda…, así! Y proseguía escribiendo notas con una rapidez febril, que dio en más de una ocasión que admirar a los que le observaban sin ser vistos.
Escribió los primeros versículos y los siguientes, y hasta la mitad del Salmo, pero al llegar al último que había oído en la montaña, le fue imposible proseguir.
Evidentemente, el final de la leyenda de Bécquer es muy romántica: el romero muere loco en su intento de alcanzar la perfección artística y el narrador en 1ª persona del relato, que declara ser lego en notación musical, es incapaz, por tanto, de descifrar el enigma (la visión del arte inalcanzable y misterioso, ajeno a la razón) que encierra el manuscrito polvoriento que dejó en la abadía el romero.
NOTAS
1. En las ediciones de las Leyendas de Bécquer que he consultado no he visto ninguna referencia a la hazaña-anécdota de Mozart.
2. Por cierto, pese a lo extraño de la historia (memorizar una composición vocal de unos 10 minutos), según mi compañero de música no es imposible y mucho menos para un genio como Mozart.