Este verano mi hijo necesitaba que le prestara una determinada cantidad de dinero para poder adquirir un producto. Como él ya disponÃa de algo de dinero, para pedirme la cantidad exacta que precisaba, tenÃa que realizar una resta: una operación aritmética, que ha practicado y ya domina. Sin embargo, se negaba a efectuar ese simple cálculo. Demandaba que yo le facilitara ese dato. Ã?l estaba seguro de que yo poseÃa esa información y de que él no podÃa saberlo. Me costó trabajo convencerlo de que realizara la operación, si querÃa el préstamo. Y los ejemplos podrÃan multiplicarse: ¿cuántos de nuestros alumnos de Secundaria cumplimentan la documentación para su matrÃcula?, ¿cuántos han respondido este verano en la playa a algún visitante extranjero que les pedÃa información en francés o inglés?
¿Cómo es posible que se abra en la mente de un niño de siete años- con una muy corta, por tanto, experiencia educativa- esa frontera abismal entre el mundo académico y el mundo real? ¿Por qué el aprendizaje escolar no es un aprendizaje funcional?
Y los documentos curriculares nos señalan que el sentido formativo de la enseñanza y su utilización para la comprensión del mundo se pone de relieve en varios principios. Entre otros, los contenidos educativos deben incorporar los siguientes aspectos:
c) La aplicación de lo aprendido a las situaciones de la vida cotidiana, favoreciendo las actividades que capaciten para el conocimiento y análisis del medio que nos circunda (…).
d) La consideración de la vida cotidiana y de los recursos del medio cercano como un instrumento para relacionar la experiencia del alumno o alumna con los aprendizajes escolares. (Orden de 10 agosto de 2007, por la que se desarrolla el currÃculo correspondiente a la ESO en AndalucÃa, BOJA 30-08-2007, pág. 24).
¿Cómo podemos incorporar estos elementos citados en nuestras materias? ¿Es posible superar ese obstáculo- una barrera cognitiva- que divide mundo educativo (tareas, exámenes, actividades…) y vida cotidiana?
Es curioso el fenómeno que comentas, JoaquÃn, porque lo razonable serÃa lo contrario: que un niño que ha aprendido algo en el aula desee aplicarlo en la vida cotidiana, en la primera oportunidad que se le presente, aunque sólo sea por su propia satisfacción personal. No sé que puede pasar por la mente de tu hijo, al negarse a efectuar la resta o por la de los alumnos de Secundaria que se resisten a contestar en inglés o francés a las preguntas que les formula un visitante de nuestro paÃs. Pienso, por ejemplo, en los tipos de textos que hemos trabajado, durante el curso pasado, en 4º de ESO (contrato, currÃculum vitae, instanciaâ?¦) y en las dificultades de mis alumnos para ponerse en el lugar de una persona que busca trabajo y que debe redactar alguno de los textos citados. Claro, les resulta más cómodo el sistema de buscar en Internet, copiar y pegar; porque en el fondo están acostumbrados a conseguir todo sin esforzarse lo más mÃnimo, al menos en sus casas. ¿Para qué pensar, si alguien puede hacerlo por mÃ?
No es una labor fácil cambiar esta mentalidad, enseñarles a pensar por sà mismos, inculcarles el valor del esfuerzo para conseguir los objetivos que se propongan. Eso, por un lado; por otro, y también nos compete a nosotros los profesores, establecer ese vÃnculo, que comentas, entre el mundo educativo y la vida cotidiana. Como punto de partida, ahora que vamos a elaborar las programaciones didácticas de las distintas asignaturas, no está demás plantearnos esta cuestión. ¿No te parece?
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