Creo que comienza a extenderse la idea- muy arraigada en mí hace tiempo- de que se ha puesto especial énfasis- durante demasiado tiempo para la formación tic del profesorado- en el manejo y dominio de herramientas digitales- con independencia del grado de dificultad que éstas presenten- en perjuicio y detrimento de la aplicación educativa de estos útiles. Me refiero a que lo habitual en los cursos dirigidos a profesores sobre informática educativa es que se domine la herramienta «informática» sin que apenas se indiquen usos y posibilidades «educativas».
Como decía, parece que existe ya un cierto acuerdo en que no es éste el camino para incorporar las tecnologías digitales al aula y lo que no llego a entender es por qué se han programado tantos y tantos cursos durante tanto tiempo cuya única finalidad era alcanzar un dominio casi técnico o semiprofesional de una determinada herramienta. No creo que sea necesario: ¿acaso es preciso que alguien domine todas las opciones y posibilidades de un procesador de textos, por ejemplo, para que haga un uso educativo productivo de esta sencilla- o tan compleja y poderosa como se quiera- herramienta? ¿Tiene sentido programar un curso de formación de 30 o más horas sobre el procesador de textos?
Por ello, ya que estoy convencido de que es más rentable mostrar experiencias didácticas en el aula- algo que ya he realizado en otras ocasiones en este blog- que sirvan de apoyo y estímulo a otros compañeros interesados, voy a describir, para predicar con el ejemplo, brevemente una sencilla experiencia de incorporación de las tic que he realizado en estos días. Como podréis comprobar, es una práctica simple, humilde y con uso muy limitado de herramientas. Paso, sin más preámbulos, a reseñar estas clases.
Este curso doy clase de Lengua castellana a un grupo de 4º de ESO. Como mis colegas conocen, una de las principales- si no la principal- novedades del actual currículo de Lengua es el relieve e importancia que se concede al progreso y mejora de las destrezas comunicativas de nuestros alumnos, a saber, hablar, escuchar, leer y escribir. Aunque no me reconozco especialmente respetuoso de disposiciones y normas curriculares, lo cierto es que, sin que ello signifique desterrar o renunciar al estudio de contenidos tradicionales (sintaxis, textos literarios…), voy a procurar perfeccionar, de una manera metódica y sistemática, no ocasional o aislada, las destrezas de mis alumnos. Siempre he creído que, como profesores de Lengua, debíamos contribuir a que un alumno madure en sus capacidades interpretativas y en sus habilidades expresivas, tanto orales como escritas.
En consecuencia, en una de las primeras clases con este grupo de 4º les planteé como reto o desafío- coincido con Joselu en la necesaria teatralidad de la acción docente- una breve exposición oral en público. Sin embargo, para que no asociaran exposición con explicación de contenidos más o menos próximos al currículo, les propuse la lectura, que uno de ellos realizó en voz alta, de un modelo: Instrucciones para subir una escalera de Julio Cortázar.
Tras la lectura, que los sedujo, y algunos comentarios míos, pudimos ver una versión en vídeo, con el propósito de afianzar su lectura y convertir el relato en un breve discurso:
Una vez provistos de estas mínimas experiencias, les planteé el ejercicio: cinco minutos para la planificación, estructura simple (introducción, desarrollo y conclusión), claridad y descripción precisa de las acciones que deben realizarse para freír un huevo. Como se trata de una acción habitual, no era precisa una fase de documentación diferente de la autorreflexión. Es probable que los especialistas en tipología textual quizá puedan objetar que tanto el modelo que se les presentó como el ejercicio propuesto se aproximen más a un texto instructivo que uno puramente expositivo. No obstante, mi prioridad era otra: convencerles de la necesidad de planificar y estructurar un discurso por simple que fuera su tema. Transcurrido ese tiempo, varios alumnos- alumnas, en este caso- se presentaron voluntarios, y alguna otra propuso explicar cómo se anudan los cordones de los zapatos. Su exposición oral ante sus compañeros me permitió insistir en la necesidad de preparar previamente el discurso, ordenarlo y acompañarlo de los signos no verbales oportunos (tono elocutivo, gestos de las manos, posición del cuerpo, etc.). Aunque ese día no iba provisto de videocámara, les pregunté si querrían verse en vídeo en el ordenador para observarse y aprender de ese análisis. Veremos- son alumnos menores de edad- en próximas ocasiones.
La actividad, ciertamente, les sorprendió y divirtió. La única dificultad es que cuando entro en clase, están expectantes y preguntan qué vamos a hacer hoy, en el sentido de con qué nos va a sorprender hoy, lo que me obliga casi a extraer un conejo de la chistera cada día. Y eso hice en la sesión siguiente.
Como preámbulo al repaso y estudio de algunas reglas ortográficas que realizaremos durante el curso, quise, en la medida de lo posible, persuadirles mediante argumentos más emocionales que lógicos de la necesidad de la ortografía. En otra ocasión ya he comentado que una de las dificultades para la enseñanza de la ortografía en las aulas es el escaso valor que le conceden los alumnos. Tras una breve charla abierta con ellos iniciada con por qué y para qué – comienzan a acostumbrarse a estas preguntas para disparar su reflexión- la ortografía, traté de subrayarles dos ideas: la primera, el valor de la ortografía como medio que permite una correcta comunicación: valor distintivo de tildes, homónimos, etc.
Y la segunda, el dominio de la ortografía como muestra visible de una formación académica y cultural mínima, que impida el estigma social. Estigma, rechazo, burla… que sufrió- subrayé que más que desprecio y burla deberíamos experimentar pena- la famosa chica, no mucho mayor que mis alumnos, de La he liado parda. Además, en el vídeo se subtitulan sus declaraciones con una pésima ortografía en correspondencia con su lamentable declaración.
Para concluir, reitero que sólo quería comunicar algunas experiencias- muy simples, nada espectaculares- que, con un mínimo apoyo tecnológico- vídeos alojados en Youtube y un texto de Cortázar en red-, permiten desarrollar la competencia comunicativa de nuestros alumnos desde una perspectiva y metodología del aprendizaje mediante la acción y que, quizás, animen a otros compañeros a ejecutar prácticas similares en sus clases.
Una reflexión muy apropiada. A veces, uno espera encontrar en los blogs grandes experiencias relacionadas con las TIC, una especie de milagros tecnológicos de la enseñanza, cuando, en realidad, la virtud está en lo simple. No se trata, pues, de desmontar todo lo que uno hacía antes, sino de acompañarlo de herramientas que nos puedan facilitar el trabajo en el aula y que contribuyan a que los alumnos aprendan mejor.
En cuanto a Cortázar, es un autor que procuro mantener muy vivo en el Bachillerato.
Un saludo.
Me alegra comprobar que compartes algunos puntos de vista que he expresado.
Muchas gracias
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